"VITIVINICULTURA"
- Categoría: BLOG
- Publicado: Domingo, 20 Enero 2013 06:25
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“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.”
San Juan 15:1
En los años sesenta del siglo pasado, cuando gozaba de mis años de adolescencia, con mucha vergüenza obedecí a mi padre, que sin tener necesidad, sólo por querer formar en mí valores y oficios, me daba la tarea de vender aguacates y algunas hortalizas que producíamos para nuestro consumo en casa, porque sobreabundaban como regalo de Dios.
Estos aguacates (paltas), tenían una característica “Sui Géneris”, pues eran tan grandes y de tal calidad, que cualquiera se asombraba de su tamaño y sabor.
Aprendí mucho, tanto de los compradores que hacían fila al detener sus vehículos al lado de la carretera y al observar el fruto los adquirían por sus características ya descritas, como de otros más visionarios los obtenían por su semilla; qué gran enseñanza para mi vida futura. Muchos no aprendieron a sembrar, solo a disfrutar el placer de comerlos; la vida nos deja ver claramente que si no producimos frutos buenos, nuestra existencia será como la de la higuera estéril que señala La Biblia, con raíces, tronco, ramas y hojas pero sin lo más importante, el fruto.
Aprendí mucho, tanto de los compradores que hacían fila al detener sus vehículos al lado de la carretera y al observar el fruto los adquirían por sus características ya descritas, como de otros más visionarios los obtenían por su semilla; qué gran enseñanza para mi vida futura. Muchos no aprendieron a sembrar, solo a disfrutar el placer de comerlos; la vida nos deja ver claramente que si no producimos frutos buenos, nuestra existencia será como la de la higuera estéril que señala La Biblia, con raíces, tronco, ramas y hojas pero sin lo más importante, el fruto.
En algunas ocasiones en que el Señor me ha permitido estar en Israel y parte de Europa, mis ojos, a veces con lágrimas, han podido ver los extensos plantíos de olivos, naranjas, trigo y manzana; algunos de estos cultivos no se dan en mi tierra, por lo que mi alma empieza a suspirar, al igual que cuando descubrí el árbol llamado “Sauce Llorón”, ¡Como lo disfruté!, los ya adultos, se asemejan a un hombre con gran lamento abriendo sus manos junto con sus túnicas que cobijan su gran dolor. Esta experiencia fue en Chile, ese largo y extenso país del Sur “el fin del mundo”, así le llaman allá en Punta Arenas las personas que le reciben a uno; “Bienvenido al fin de la tierra”, nos dijeron, cuando el Señor nos llevó al Estrecho de Magallanes a orar.
Chile inicia con desierto y termina con glaciares, verdaderamente un país precioso, de contrastes. En reciente visita pudimos recorrer no solo vía aérea sino por tierra, unos 300 km. hacia el sur del país, en el camino de pronto se abre un panorama que cualquier centroamericano desea ver, extensas plantaciones de árboles de pera, ciruelos, manzanos y sobre todo los grandes viñedos, donde la vista se pierde ante tal majestuosidad de cultivos.
Pero esta vez, no solamente observé las plantas de las vides con sus hojas llamadas parras, sino también sus pámpanos colgando, además llegué justo en el tiempo de la cosecha, y de hecho incluso pude ver los camiones llenos con racimos de uvas.
Este cultivo en gran escala, no solo será para el disfrute de las deliciosas uvas, sino para la gran producción del especial vino chileno, que hoy recorre las naciones más exigentes del mundo. Las manos expertas de los que se dedican a su producción, conocen los secretos de cómo lograr que sus cultivos produzcan al máximo. Cuando ellos explican el proceso de poda en sus diferentes especialidades, asombra la relación con lo que refiere La Biblia de un discípulo ante su maestro, o la semejanza de este detalle con la obra del Espíritu Santo en cada uno de nosotros. ¿Qué debe cortarse? y ¿Qué no?, ¿Cuándo? y ¿Cómo?, es sencillamente precioso.
Un pastor muy cercano a nuestro corazón, que me servía de anfitrión, me enseñó que el Señor le habló sobre estas plantas que producen uvas, que no las creó para madera, porque jamás servirían para ser utilizada con este fin, pues da la impresión de un bejuco, antes que del tronco de un árbol maderable. Tampoco fue creada para dar sombra como lo hacen en su mayoría los árboles y arbustos, pues es una especie de enredadera que necesita ayuda para extenderse en su desarrollo. Cuando mi amigo me dijo que las parras fueron creadas por Dios para producir fruto, sólo fruto, y nada más que fruto, otra vez resonaron en mi corazón las palabras del Señor en San Juan 15 “…os he elegido para que llevéis mucho fruto…” Entonces dije: “Señor Jesús, tú deseas que produzcamos frutos en abundancia para que el mundo vea que tú estás en nosotros, y que tú eres esa vid y nosotros las ramitas o pámpanos, que luego de ser corregidos o podados, venimos a producir los más especiales y apetecidos frutos de arrepentimiento; los que según Juan el Bautista, lograrán que un mundo incrédulo y escéptico pueda comprender que existe el Dueño de la viña, quien hace que los hombres puedan ser, a pesar de las debilidades y tentaciones, personas con un alto perfil moral, de fuertes valores y principios.
Definitivamente, no olvidaré como exponen la fruta de la vid al sol para que se deshidrate, obteniendo las deliciosas pasas, manjar de grandes y chicos. Así es, el Señor Jesucristo pretende aprovechar cada obra nuestra para ministrar a niños y adultos (ser modelo o ejemplo).
Culmino con el pasaje de Job 36:24-25, donde recomienda no olvidar que nuestra vida debe alumbrar ante los hombres, para que tengan ellos la oportunidad de conocer al Dios “Invisible”.
“24 Acuérdate de engrandecer su obra, La cual contemplan los hombres. 25 Los hombres todos la ven; La mira el hombre de lejos.”
Job 36:24-25.